El papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano de la historia, falleció el 21 de abril de 2025 a los 88 años en el Vaticano. Su partida marca el fin de una era en la Iglesia católica, una era que comenzó el 13 de marzo de 2013 cuando fue elegido como el Papa número 266, sucediendo a Benedicto XVI. Su elección fue histórica no solo por ser el primer Papa de América Latina, sino también por su estilo cercano, humilde y profundamente comprometido con los más vulnerables.
Francisco, nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, Argentina, el 17 de diciembre de 1936, fue hijo de inmigrantes italianos y creció en un hogar modesto. Antes de ordenarse sacerdote en la Compañía de Jesús, trabajó como técnico químico, una experiencia que lo acercó a la vida cotidiana de los trabajadores. A lo largo de su vida pastoral, se destacó por su sencillez, su compromiso con los pobres y su fuerte mensaje de justicia social.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco imprimió un cambio notable en la Iglesia. Rechazó el lujo, vivió en la residencia de Santa Marta en lugar del tradicional Palacio Apostólico, y eligió el nombre de Francisco en honor a San Francisco de Asís, símbolo de paz, humildad y amor por la creación. Luchó contra la corrupción dentro del Vaticano, promovió el diálogo interreligioso y defendió con vehemencia los derechos de los migrantes, los indígenas, las mujeres y los excluidos.
En su papado también enfrentó desafíos complejos como la crisis de los abusos sexuales dentro de la Iglesia, tema frente al cual pidió perdón en múltiples ocasiones y adoptó medidas sin precedentes, aunque sus críticos consideraron que aún era insuficiente. Aun así, su legado quedará marcado por su esfuerzo por humanizar la Iglesia y acercarla a las realidades del mundo contemporáneo.
Para Colombia, el papa Francisco fue una figura profundamente significativa. Su visita en septiembre de 2017 dejó una huella imborrable. Durante su estadía, recorrió Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, llevando un mensaje de reconciliación y esperanza a un país que atravesaba una transición histórica hacia la paz tras más de medio siglo de conflicto armado.
“Demos el primer paso” fue el lema de su visita, y con esas palabras alentó a los colombianos a perdonarse mutuamente, a construir una paz sólida y a sanar las heridas del pasado. En Villavicencio presidió una emotiva misa por las víctimas del conflicto y participó en un acto de reconciliación donde excombatientes y víctimas se abrazaron frente a su presencia. Sus palabras, llenas de compasión y espiritualidad, siguen resonando en la memoria colectiva del país.
El amor del pueblo colombiano por Francisco se hizo evidente en cada ciudad que visitó. Multitudes salieron a las calles para verlo pasar, escuchar sus mensajes y recibir su bendición. En Cartagena, denunció con fuerza la trata de personas y la explotación laboral, reafirmando su defensa inquebrantable por la dignidad humana.
El presidente Gustavo Petro compartió un video y una foto con el papa, y con un profundo mensaje lo despidió: "Se me fue un gran amigo. Me siento algo solo. Comprendió perfectamente su papel como líder espiritual en la gran lucha por la vida. En las causas codiciosas de la extinción. Sus encíclicas pasarán a la historia si somos capaces de construir una humanidad que defienda su mayor bien: la Vida. Hasta siempre: Francisco".
Más allá de las fronteras del Vaticano, el papa Francisco fue un líder espiritual de dimensión global. Habló con claridad sobre el cambio climático, promovió la encíclica Laudato Si’ como un llamado urgente a cuidar la casa común, y no temió alzar su voz ante las injusticias del mundo. Fue mediador en conflictos, como el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, y promovió una diplomacia basada en el diálogo y la paz.
Hoy el mundo despide a un pastor que caminó con su pueblo, que se inclinó ante los humildes y que desafió a los poderosos con la fuerza de la fe. Para millones de católicos y no católicos en Colombia y el mundo, el papa Francisco fue mucho más que un líder religioso: fue un símbolo de esperanza, de ternura y de compromiso con un mundo más justo. Su legado vivirá en quienes creen que otra Iglesia y otro mundo son posibles.
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